lunes, 4 de enero de 2010

flechas

Ayer rumbo al trabajo hojeaba Teoría del infierno y otros ensayos de Salvador Elizondo. Libro que compre hace 2 años creo, por un precio irrisorio en el remate de libros que se hizo en el Auditorio Nacional. Aquel día también fue la última vez que vi a L, supongo que por eso la postergación de la lectura, como si leyendo su último vestigio, ella ahora sí, desaparecería por completo. Uno desea olvidar y ya después se arrepiente.
Mientras escribo recuerdo que en esos días leía también, La mano de la buena fortuna de Goran Petrovic. Y aunque los recuerdos se suceden, los detengo para llegar a lo que quiero escribir, el rodeo que busca decir que ayer, rumbo al trabajo leí, entre otros, el ensayo sobre Tablada y el de Muerte sin fin. De este último queda la imagen de la flecha de Zenón: el cuerpo que mientras surge se deshace; la flecha que en su origen es destino. Justo eso ayer y las cosas que mueren, nosotros entre ellas. Pero hubo algo más, no el movimiento que se agota sino algo anterior a él: "Ese punto es el instante de la ambiguedad total en que se cifra la naturaleza del mundo por el poema que la refleja y la hace visible reproduciendo en su propia forma el destino originario -valga la antítesis- de todas las cosas del mundo." Ayer toda la tarde con eso.

Por la noche R y yo bebimos café mientras esperábamos a que escampara después de la infructuosa búsqueda de algunos libros. Hubo un momento, cuando se quito los lentes, que me surgió una extraña necesidad de ella, en esos momentos lucio distinta, como si su rostro se expandiese concentrándose en sí mismo. Yo la veía mientras ella veía tras la ventana, su mirada cual flecha, apuntaba y se disparaba.