lunes, 1 de junio de 2009

lunes, jueves y domingo

1. Es fin de semestre y todos -o casi todos- lucen consumidos por trabajos odiosos que han quedado rezagados: bibliotecas llenas, presiones vanas. Todos tan ocupados que no se preocupan en vivir, todos excepto L que me invita a comer y a sentir. No obstante, la explanada de la Facultad luce un semblante inmejorable; el de la ausencia de su propia plaga -estudiantes dispuestos al sol. Tal vez yo también debería abarrotar la biblioteca, debería repasar libros que no importan y preocuparme por trabajos que no me interesan, formar parte. Pero hoy al ver la explanada vacía ante la tarde nublada decido quedarme fuera un poco más y no pertenecer. Aunque ante la presión parezca que la vida pasa, la humilde verdad -o su símil acaso- es que se desdibuja al hacer aquello que no nos contiene: la verdadera vida es la de todos los días y no la de fin de semestre; esa que aunque se pronuncia fuerte apenas nos habla.

2. En el café que nos ha visto crear las platicas más entrañables L me habla de la sensación que se va creando entorno a su partida; es por ella que he decidido concentrarme en lo que se va aunque no se anuncia; la estética sutil que no grita pero es imprescindible, que nos deja a cada paso y se recrea para volverse a desvanecer. Esa tarde ante el sol que salía y se escondía ante la joven que nos atendía -que en un ayer metafórico era una niña apenas- me doy cuenta que L es, que siempre ha sido mi estética sutil, la más callada.

3. Es domingo y la noche no cae sino se levanta -como tan bien dice Rodrigo Fresan en La velocidad de las cosas, libro el cual sea dicho de paso voy comenzando con intensa simpatía- con algunas gotas de una lluvia que comienza a terminar, leo un poco a la luz del crepúsculo y de la ayuda de una pequeña lámpara recién comprada. La tarde que ya es noche, huele calladamente a tierra mojada, el olor convive por mi ventana abierta a la tarde-noche. Mi cuarto, que da a nuestro pequeño jardín trasero, queda de frente ante una pareja de colibríes que, de un tiempo a esta parte, albergamos con orgullo. De vez en cuando la lectura se suspende y deja que la mirada, también se alze y los veo comer en la fuente llena de granadina y colocada a su disposición , los veo además, corretearse y danzar en una especie de caza juguetona, en un momento casi mágico un colibrí se posa justo enfrente de mi, de mi ventana, lo veo y me siente – me siente lo sé, luce tan cercano; imagen suspendida que dura unos segundos apenas, aunque estoy seguro que ese momento fue más -mucho más- que sólo unos segundos.

Al final la vida va siendo como ese colibrí detenido que se posa frente a nosotros y que con su estética sutil pocas veces alcanzamos a ver.

No hay comentarios: