miércoles, 8 de julio de 2009

huellas

Hace algunos días leía de frente a la ventana de mi habitación que da a una enorme enredadera, alumbrado apenas por mi lampara de escritorio, Al sur de la frontera, al este del sol de Murakami. Libro que me habían regalado -me lo regaló C, mi C discreta y muy querida, junto a Singapur de A. G. Porta, libro en el que ambos, cual novela de Goran Petrovic nos reencontramos- días atrás, un libro por cierto que hace tiempo pude haber leído y nunca leí. Extraña manera en que el libro se acopló a mi vida de aquellos días que aun son estos días, como si hubiese estado esperando el momento preciso para ser leído; como si supiera que su sentido extraliterario surgiría tan sólo en estos días en que mi pasado -cual el eterno retorno- va dejándose caer en retazos que insinúan ese tiempo perdido, muerto.

La novela que no es más que la historia de un hombre que conforme va viviendo se encuentra con el cauce actual de aquel pasado que dejó; la realidad ridícula de los amores de infancia, la soledad y el presente enclaustrado. Esa es una realidad -el rostro actual del pasado-, la otra es el semblante actual -el propio-, ajeno también a eso que fue.

¿En qué pliegue de nosotros van quedando las miradas, las sonrisas,los primeros besos y el rubor con ellos; el primer estremecimiento?

A veces quiero creer que todo eso que hubo ha dejado un rastro invisible en mí, que todo lo pasado me ha cambiado un poco, que cada beso dado mantiene aún rastros de aquellos otros labios, de aquellas miradas recibidas, de aquellas caricias... cuando me miró en el espejo no veo nada, cierro los ojos y allí está todo...

Hace unos días cuando la besaba me sorprendía la forma en que se entrega en cada beso, esa forma que tiene de cerrar los ojos, de dejar de ver y abrirse a la sensación en sí. Recordé todos los rostros con ojos cerrados que he visto en mi vida, en todos trasluce esa entrega y esa confianza. Pocas veces me he entregado como ella -como ellas-, quisiera volver a sentir esa necesidad de cerrar los ojos y no abrirlos, de entregarme a la sensación en sí... aun hay en mi huellas ligeras de aquella vieja sensación de entrega, quisiera volver a vivirla.

Hace algun tiempo le preste un libro a V, en el libro que le presté hay una huella suya apenas perceptible; la parte inferior de la portada luce ligeramente arrugada...conforme recorro es repliegue con la yema de los dedos, pienso en la enseñanza accidental que me ha brindado y la cual no le he dicho: leer es vivir los libros, vivirlos es pasearlos en tardes de lluvia, es dejar que el café deje su rastro en mancha insinuadas, es subrayar y anotar frases rápidas de lo que pasa con ellos; mi libros, al contrario, en su estante lucen incólumes, nuevos, arrogantes; me he dado cuenta que he vivido con recelo mi amor hacia ellos, les he tenido miedo, le he dejado pocas huellas.

Los libros pero también las personas; nos relacionamos temerosamente con ellas, esperando que apenas dejen rastros. Pero conforme pasa el tiempo y llegan las nostalgias, cerramos los ojos en busca de "algo" y apenas nada.

Atesoro el rastro, la grieta, el pliegue que dice aquí estuvo, aquí he estado, aquí estoy. Desde hace ya varias noches, subrayo mis libros.

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