domingo, 2 de noviembre de 2008

desvariaciones de la conciencia (2)

La conciencia como percepción.
La conciencia se inaugura en el momento en que nos damos cuenta de que no solo pasamos, sino también podemos saltar. No brincamos para llegar alto, sino para sentir el suelo. Así el salto se vuelve nuestro instrumento, un romper de la monotonía que nos despierta del sueño.

Algunos saltos
1. La literatura es el registro mas claro de la conciencia. Las aproximaciones mas cercanas, creo, están representadas en la literatura. Un libro es ante todo un rasgo de la conciencia; aprisionar eso que se siente pero que no se ve. Su estructura es virtual, cuando uno lee no solo ve, no solo calla, es mas bien un dialogo que cuestiona. Cuando uno lee o escribe se despoja del yo para adherirse a ese nosotros que es la esencia de la humanidad. Cuando leemos nos reconocemos, o tal vez nos conocemos un poco mejor. Es una práctica impersonal que reafirma el yo, el tu y el nosotros. La literatura como dice Vila-Matas nos hace comprender la vida, pero por eso mismo nos aleja de ella.

2. El espejo. ¿Cuánto pasó antes de que el niño comprendiera que ese otro que está allí es uno mismo? De niño recuerdo tardes largas contemplando ese fenómeno genial que es el espejo. No podía concebir que ese otro que se reía fuese yo. Cada vez que lo veía intentaba movimientos rápidos, trepidantes. Cada movimiento buscando una equivocación que nunca llegó. Tantas preguntas en torno a un espacio que parece dentro, pero que es afuera. Un día quien sabe por que razón, mas por fatalismo que por convicción, nos damos cuenta que hemos aceptado su condición de reflejo. Ya no nos preguntamos quienes él, sino quien es uno. Al final, cada espejo es una reafirmación del yo, los vemos para arreglarnos el cabello, para perfeccionar un gesto nunca encantador. Ya no una pregunta sino una aceptación.

3. Las miradas son ese registro de bautizo que los demás nos brindan. Nosotros casi accidentalmente también bautizamos. El acto de ver consiste en un notar a los otros, confirmar que la soledad es una utopía. Las miradas contrarias a la razón del espejo no solo nos reflejan, sino también nos construyen, nos duelen. Las miradas construyen amistades, forjan algunos enemigos, y nos dan tantas ilusiones… Al final miramos como acto desesperado de tener conciencia de nosotros, de los demás.

4. Los silencios también son un salto: un salto al vacío que es uno mismo. Acaso la mejor manera de sentir la conciencia es a partir del acto de callar: un anularse para sentir. Callamos cuando nos damos cuenta de nuestras posibilidades, lo mismo cuando no sabemos que decir que cuando hay tanto y tan pocas palabras. La búsqueda del silencio es un espacio para el recogimiento, el arte de estar en uno mismo, de no poder huir del pensamiento. Callar para oír la vida pasar, para ir con ella.

5. El acto de tocar, incluso de todos sus derivados (rozar, pegar, acariciar…) Es acaso el salto mas entrañable que nos permite ver la conciencia. La vemos ya no solos, sino acompañados. Una puerta no se abre hasta que se toca, incluso esas nuevas que por la modernidad parecen ser abiertas por un fantasma –quizá el alma. Cuando tocamos una puerta, advertimos la entrada a una privacidad. Para abrir también necesitamos tocar, girar la perilla. Un amor no se consume sino hasta el primer beso, o se vuelve más intangible a partir del primer roce de manos. Tomar las manos es adquirir la conciencia de uno para diluirse en el otro. También tocamos no solo para avisar, sino para sentir nuestro cuerpo; una notificación de nuestra existencia. Cuando tocamos nos sentimos seguros, casi felices, inclusive si se dijera que la conciencia es un ritmo sería pertinente decir que no hay mejor manera de bailar sino de la mano de alguien mas, tocandose.

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