viernes, 20 de febrero de 2009

sobre el instante inaugural

El arte de la fuga de Sergio Pitol, fue -hace tres años más o menos- el primer libro que saque de la Vasconcelos. Aún recuerdo esos primeros fragmentos de la lectura iniciada en el metro: las imágenes venecianas que se recorren sin lentes; el hecho de caminar no siguiendo itinerario sino dejándose fluir con el río que siempre son las calles.
Hoy de nuevo en la Vasconcelos, con un no-sé-que-de-nostalgia, me puse a pensar en Pitol, en la casa confortable que siempre son para mí sus textos, la tranquilidad y la alegría que siempre me dejan. Con ese no-sé-que-de-nostalgia opte por releer un poco El arte de la fuga. Después de una lectura desordenada que toma un poco de aquí y allá -perdido entre descripciones de ciudades y amigos, lecturas y traducciones- sufro un leve sobresalto ante la irrupción de una linda bibliotecaria (eso, obviamente lo sabría después de haber arruinado el encuentro), por los audífonos del ipod no entiendo lo que dice y mi rostro lanza un gesto de desconcierto; uno grosero, áspero y cortado. Veo su extrañeza, trato de revertir ese primer contacto. La chica hace unas preguntas de rutina y siento en ella, una leve molestia (un certidumbre instintiva; aun de no conocerla algo en su semblante ha cambiado, eso creo). Trato de buscarle la mirada y apenas encuentro su rostro en un rápido viraje. Se aleja caminando rápidamente. Después de eso la lectura ya no se reanuda, pienso en la platica que pudo haber sido; los encuentros que tal vez pudiesen haber sucedido de haber reaccionado de una manera más amable, más sutil. Mientras trato de retomar la lectura, pienso en el instante inaugural de este desencuentro: ¿en qué momento mi rostro opto por su semblante más adusto?El instante que genera destinos y cifra las relaciones -el momento en que se desata la extraña sincronía de las pasiones- es, precisamente, el instante que siempre brilla por su ausencia porque aun de su importancia nunca lo identificamos (como dice P.F.Chr) y mucho menos, controlamos. Apenas sentimos su paso ligero que anuda y desenrolla caminos. La vida se sabe, sucede antes de darnos cuenta

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