miércoles, 6 de abril de 2011

la cama de los brodsky, mark manders y sobre lo que dicen los objetos

Para Claudia e Hilarión, que me llevaron.

1. Los objetos guardan recuerdos mientras se desgastan. En ellos van quedando gestos y actos que parecen no verse, historias de uso que se van sobreponiendo en los pliegues de sus texturas. Como una memoria guardada que, casi siempre, se muestra cuando estos se rompen o cuando sin esperarlo, uno los vuelve a tomar y el pasado regresa con la fuerza de una revelación, con una intensidad inesperada que nos hace trastabillar; se recupera por un momento una voz, una mano o ese rostro que parecía haber desaparecido para siempre y que uno pensaba que ya no necesitaba, pero ese regreso no hace dar cuenta que todo aquello que fue, siempre nos hará falta. Marcel Proust creía que las cosas guardan el alma de aquellos a los que hemos perdido, y justamente su personaje de En busca del tiempo perdido volvió a encontrar su infancia en Combray al remojar una madalena en una taza de té. Lo difícil, obviamente, es que la memoria no llega cuando uno la necesita, casi siempre llega por accidente. Las más de las veces se pierden los objetos y los recuerdos de aquello que fue para no volver a ser jamás. Tal vez por eso la gente guarda tantas cosas que parecen no servir más, esperando que algún día llegue esa reminiscencia perdida; que el pasado sea revelación de futuro.

2. Si los objetos son pequeños recuerdos, puede que las casas sean como esa memoria dónde la vida espere ser recuperada. Cada espacio, cada mueble, cada puerta, como espacios donde sucede y se olvida la vida. Uno no podría recordarlo todo, pero siempre es posible quejarse de no recordar lo suficiente. Por recomendación de Valeria Luiselli hace unos días leía el ensayo En una habitación y media del poeta ruso-estadounidense Joseph Brodsky. Hacía tanto que no leía algo tan triste, aunque decir triste sería un exceso, pues la lectura fue de una tristeza como bonita, sí es que eso pudiese existir. El ensayo de Brodsky es, sobre todo, un ejercicio de memoria. Un ejercicio de recordar a partir de aquella habitación y media lo que el autor compartió con sus padres, esa infancia en la ya desaparecida Unión Soviética. Lo que duele en el ensayo de Brodsky es la constatación del olvido como un inevitable. No podríamos negar que fuimos felices, pero la mayor parte de esa felicidad se ha ido perdiendo. Qué hacer cuando a esa casa no se puede regresar. Brodsky no pudo regresar. Sus padres tampoco pudieron salir de la URRSS. Del ensayo me queda una extraña claridad en la imagen de la cama de los Brodsky. En una cama puede suceder el mundo; era de madera pulida de arce carmelita claro, no crujía ; la madre de Joseph la compró muy barata en 1935 antes de conocer a su marid; esa cama nos dice Brodsky, era dónde sucedía lo importante, las pláticas y las peleas de sus padres, los planes y las esperanzas familiares; esa cama dondequiera que ahora esté, constituye un vacío en el orden del mundo: un vacío de 1,50 por 2,20 metros.

3. El artista holandés Mark Manders (Vokel, 1968) quería ser escritor. Pero tal vez se dio cuenta que lo que un objeto dice de nosotros no se puede pronunciar con palabras sino con nuevos objetos, con una nueva manera de nombrar y de mostrar. Desde 1986, Manders ha venido construyendo un edificio personal donde cada nueva escultura es una manera de decir un recuerdo, un deseo o un sueño. Crear una habitación como una frase sin palabras dice el propio Manders. Sus esculturas, a veces, torsos de personas incrustadas en barras de madera otras tantas animales que varían su tamaño (ratones, zorros, perros) son hechas de bronce patinado y parecen hechas de arcilla o de barro fresco, a éstas, algunas veces les adosa objetos cotidianos, los cuales al puestos en la escultura pierden su particularidad y ganan otro sentido. Por ejemplo Fox / mouse/ belt (1992) es una de éstas esculturas de bronce patinado, donde la figura del zorro y del ratón adquieren otro sentido al estar, ambas, anudadas por un cinturón del propio artista.

El edificio de Manders no obstante, no es un mero reflejo de lo que fue, o de lo que es, sino de aquello que pudo haber sido. Los objetos dejan de ser lo que eran para ganar una nueva y presencia: una difícil de asimilar pero de una familiaridad extraña.

Hace unos días pude visitar la exposición Obra de referencia de Manders que tuvo sede en el Museo Carrillo Gil de la ciudad de México. El segundo piso del museo fue reinterpretado en una totalidad por las piezas del holandés: la entrada así como la ventana fueron cubiertas por un plástico opaco, cada escultura fue dispuesta por el propio artista en un espacio específico, entablado así un discreto dialogo con la arquitectura de la sala. Uno se pasea por la exposición como un fantasma que recorre la intimidad de una casa ajena, no se puede saber totalmente quien vive ahí, pero se puede imaginar un rostro, una historia de vida.

4. Los objetos que hemos perdido son vacíos en el mundo como dice Brodsky. A veces en una taza de té, la ausencia adquiere claridad. Buscar los objetos, hacerlos de nuevo, inventarlo todo como Mark Manders. Decir, como en secreto, la vida de las cosas, la nuestra contenida en ellos.

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