jueves, 7 de julio de 2011

Kafka en la ventana

1. En 1910, Kafka escribe en su diario: “Y esas mañanas, uno mira por la ventana, aparta el sillón de la cama y se sienta a tomar café. Y esas noches uno se apoya el brazo y se coge la oreja con la mano, ¡Ojalá eso no fuera todo! Ojalá uno adquiriera al menos  unas pocas costumbres nuevas como las que cada día se ven aquí por la calle”. Entre el sillón y la ventana, nos tocamos una oreja. Tomamos café y la gente pasa. Los minutos, las horas, los días; delante de nosotros un cristal. Nadie dice nada. Somos Kafka viendo en la ventana. Me dan ganas de romper las ventanas; quemar las cortinas, tirar las persianas; no volverme a tocar la oreja nunca. En vez de salir y romperlo todo, sólo muevo el sillón. 

2. La vida no cabe en las ventanas. Ni en ésta donde escribo ni en las que dan a la calle. Tras ellas se muestra una realidad que sólo vemos. La mayor parte del tiempo imaginamos vidas a partir de gestos inconexos, una mirada que se va y un cuerpo que se queda. Supongo que por eso se mira tras ellas con cierta nostalgia, como esos cuadros de Edward Hopper donde los personajes habitan con ausencia el interior, y  miran hacia fuera con la resignación del impedimento. Estar adentro y querer estar afuera; estar afuera y querer estar adentro: un desfase de escenarios. La vida, casi siempre, sucede como impedimento.

3. La misma sensación de siempre: estar en un mostrador de cualquier tienda, esperas, llega tu turno; te olvidas de  lo que ibas a pedir; no dices nada. Tanto esperar para que al final no sepas que pedir. “Soy un mostrador con frascos vacíos”, decía Bernardo Soares en su Libro del desasosiego. Una nada que olvida otra nada: la vida también es un mostrador con frascos vacíos.

4. La espera es un tiempo muerto, pero eso ya lo sabíamos. Un paréntesis mejor: esperamos en el banco, en el hospital, mientras llegan los otros. Un paréntesis que no dice mucho, solo glosa.  Esperamos mientras sucede la vida. “Esperar, dice David Miklos en La vida triestina, siempre esperar”. Un paréntesis al que todo le queda lejos; que se consume en sí mismo. Nadie me dijo que mi vida se iba a convertir en un anecdotario de paréntesis sin fin.

5. Siempre hay otro lado, también en los paréntesis; hay algunos que se consumen alegremente, que siempre son más bonitos que lo que describen por arriba, como los de Monterroso en su Libro de E., paréntesis que van cobrando, sutilmente, más importancia que los hechos narrados: salas vacías que se llenan con uno mismo. Pablo Fernández Christllieb dice que la espera es lo más transparente que tenemos: transparencias que duelen porque dejan ver demás, pero en ellas, casi siempre se ve algo, o más bien, algo se siente. No importa que, se hojee la revista, se vean los rostros de los que acompañan en la sala, se escuche una canción desde el iPod: la espera, como el de Virginia Woolf, es un cuarto propio. 

Publicado en el n°51 de aQROpolis, suplemento cultural del periódico Plaza de Armas, de Querétaro

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