jueves, 10 de noviembre de 2011

Anatomía de los oficinistas

Desde hace varias semanas no escucho bien del oído derecho. Con JM, cuando caminamos, me pongo a su izquierda para poder escucharla bien. Ella dice que debería revisarme el oído, yo le digo que sí; al final termino sin hacer nada. El otro día, sin que se lo pidiera, se cambió del lado derecho a mi lado izquierdo, cuando nos dimos cuenta hasta qué punto nos hemos acostumbrado a mi parcial sordera, reímos. Luego me espanté un poquito, por el tiempo acumulado sin mi oído derecho; al final se me olvido. Uno se acostumbra a todo. A lo mejor nunca vuelvo a escuchar bien. Le voy viendo las ventajas, a veces completo las frases de las conversaciones cercanas, me imagino mejores temas a los de siempre. El otra vez, según yo, tres mujeres hablaban del origen del mundo visto a través de una revista de chismes.
A la hora de comer, me encuentro con demasiados oficinistas. Van de tres en tres; de cuatro en cuatro. Ocupan casi siempre toda la acera. Casi nunca van solos, he visto pocas parejitas. Siempre van muy lento. Ese ritmo suyo no deja de parecerme fascinante, yo que aun sin tener nada que hacer, llevo prisa siempre. Se ve que no quieren regresar al trabajo, de todos modos van contentos. He tratado de llegar temprano a la Fundación para corroborar que su actitud no es la misma por las mañanas. No he podido.

Cuando van puros hombres, son más bien burdos y baratos. Dicen cosas a las estudiantes de la escuela Bancaria. Entre ellos son nefastos: hablan fuerte, apestan a colonia, comen con la boca abierta. El otro día, en la taquería, dos de ellos no se despegaban de la salsa. No dejaban que la gente se sirviera bien. Estorbaban. A uno le di un codazo disimulado para quitarlo de ahí. Me serví salsa. Se me quedó viendo feo.

Los oficinistas todavía fuman después de comer: me contaba JM, que a un amigo suyo le escupieron en la facultad por estar fumando. No puedo con esa manía de la salud, me desesperan los ecologistas –esos feligreses del credo en moda. Yo, que nunca he sido un deportista, siento empatía por los fumadores. El escritor y editor José María Espinasa dice que, cada vez que ve una cajetilla con el leia de: “Fumar te mata lentamente”, le dan gajas de fumar más; nadie se quiere morir rápidamente, dice él.

A veces, JM, viene a comer conmigo. Cuando eso pasa, somos oficinistas sin oficina. La gente se parece mientras come. Platicamos de los pendientes, de tal o cual cosa, tal o cual tema. Acostumbrado a ver a la gente, me gusta cuando sólo me concentro en lo nuestro. Me imagino que un yo imaginario que no está con JM, completa frases de nuestras conversaciones. Ella fuma después de comer, yo me tomo un expresso. Al final damos una larga caminata para bajar un poco la comida.

Nunca he usado un traje, tampoco una corbata. Pero a veces creo que lo realmente necesario en mi vida es un trabajo de oficina. No se necesita una academia de artes para ser creativo. Siempre tendremos a Kafka y a Julio Ramón Ribeyro para darnos cuenta que la literatura se hace donde sea. Debería intentar ser un Gombrowicz de la colonia del Valle. A lo mejor he visto demasiados capítulos de The Office, pero me caen bien los oficinistas. Contra el prejuicio de los trabajadores alienados me gusta contraponer la forma en que toda la gente se apropia de los lugares donde se desarrolla. Sea una empresa, o una casa llena de escritores. No hay nada más revolucionario que una comida que se pasa del tiempo permitido.

Publicado en el n°69 de aQROpolis, suplemento cultural del periódico Plaza de Armas de Querétaro. 

No hay comentarios: