viernes, 4 de noviembre de 2011

Un libro tendido (mística espiritual de la de desidia)

Daniel me invitó a colaborar con una columna en su nuevo proyecto literario: Radiador . Un fanzine digital que tratará de salir puntualmente cada mes. Cada número será temático y con una previa convocatoria para que pueda publicar quien sea. El número del mes pasado trató sobre la poesía y el misticismo. Yo no sé si lo que escribí tenga alguna relación con la temática. Nadie me dijo que no. El texto quedó así:  

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Para que no me reprocharan el haber metido una sola prenda en la lavadora, colgué ropa limpia en los tendederos de mi casa. No sé por qué, ese gesto, a parte de ridículo, me hizo sentir un poquito de tristeza por la manera en que vamos haciendo cosas para estar en paz con los demás. Tiempo después, ya cuando la camisa lavada estaba seca, me di cuenta que ésta, por mucho, se veía más vieja que las falsas camisas sucias. Una vieja camisa que me pongo todo el tiempo para sentirme seguro ante los demás. Eso hacemos siempre, aferrarnos a lo mismo para no tener que sentir vulnerabilidad ante lo nuevo.

Cuando subo a la azotea me gusta recordar las instrucciones que Marcel Duchamp, envió como regalo de bodas a una de sus hermanas: colgar un libro de geometría en el balcón del apartamento. De esta forma, el viento podría “(...) elegir sus problemas, pasar las páginas, e incluso arrancarlas”. Que la vida se resuelve sola, me repito como mantra algunas veces.

Lo nuevo, parece gritar el mundo, siempre lo nuevo; el filósofo alemán Boris Groys, argumenta que podríamos decir qué cosas son inherentes a la novedad, lo que no podríamos hacer nunca, es dar una receta para que lo nuevo perdure. Todo es una moneda al aire. Al final, como la camisa desteñida (mi camisa), terminamos gastando incesantemente las cosas que nos gustan. Sin saber por qué, nos vamos haciendo esclavos de lo mismo.

Cuando las cosas importan, siempre son elhas las que nos inician. Francis Alÿs, dice que no presiona mucho durante el proceso creativo de sus obras, si las cosas se complican, comienza a realizar una pieza nueva. En esa confesión del artista belga, se puede traslucir toda una ética del fracaso: dejar las cosas, volver a comenzar, saber reconocer la sucesión adecuada de las cosas que vienen, cambiar de página; quitarle peso a la voluntad, creer más en las cosas y en su devenir propio. Casi todo depende de otro tiempo, de alguna fuerza menos nuestra y más de lo desconocido. El amor, decía Joseph Brodsky, siempre es más grande que nosotros. No sólo el amor, la vida en general siempre es más grande que nosotros.

Borges siempre quiso ser un poeta místico. No es una exageración, su literatura surge a partir de la búsqueda de esa revelación, de esa posibilidad de acceder al secreto de la vida y de las cosas. En su ensayo sobre La Muralla China, Borges escribe que, la experiencia estética es: “(...) la inminencia de una revelación, que no se produce (...)”. No encontraremos nunca la revelación esperada, pero acaso en su imposibilidad, la experiencia estética nos haga dar cuenta que nada está dicho de una vez y para siempre. Como una grieta en los muros, el arte nos hace sentir que la vida, puede hacerse siempre, una vez más, y otra, y de todos modos, seguir incompleta.

Haría falta, en vez de apelar a la voluntad, esbozar una teoría falible sobre lo inevitable. No decidir, seguir simplemente. Dejar que el viento arranque las hojas, solucione la vida, nos traiga nuevo problemas. Buscar más que la revelación, la sensación de lo que vendrá: un eterno suspenso que no se resuelve. 


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