De un momento a otro
empezamos a ver, intempestivamente, lo que antes parecía no existir. Cuando iba
en la preparatoria, por ejemplo, descubrí todos los
libros que había en el estudio de la casa. Durante dieciséis años ignoré un cuarto lleno de libros. A partir de eso comencé a leer con voracidad,
con desesperación. Ahí encontré un ejemplar de Los años con Laura Díaz de Carlos Fuentes. Su título me sonó a radiografía personal.
Corrijo. Su titulo era una radiografía personal de mis años de entonces. No
pude leerla. Leí otras cosas de él, no esa novela de la que no se dijo nada en
las notas necrológicas sobre su muerte. Es una novela que parece no existir.
Una especie de libro fantasma. Me pasé la preparatoria viendo su portada,
imaginándome una historia que no contaba: la mía, la de esos años. En ese libro
invisible caben mis recuerdos, el ímpetu con que me sumergía en las cosas que
me parecían nuevas, la vida que olvidé. Nunca más estaré con Laura Díaz. No
importa. A lo mejor todos necesitamos de una novela fantasma, de un texto sin
historia que nos permita imaginar las palabras y los recuerdos que no podemos
decir. Los libros de Fuentes dejaron de interesarme, pero siempre disfrute
escucharlo, leer sus columnas, saber que había escrito mi novela fantasma. Aún
creo que él se veía, que siempre se verá, más joven que yo.
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