jueves, 8 de enero de 2009

ciudades invisibles

Hoy al despertar, me doy cuenta que la llanta trasera de la bicicleta está ponchada. Sin saber ni cómo ni cuando ha sucedido, permanezco unos segundos sorprendido, como si así, estáticamente, la llanta rejuveneciera y fuera de nuevo esa juventud rodante, siempre incansable. Supongo que fue ayer, cuando choque con una banqueta por la culpa de un perro que salió al paso. Con pereza decido ir caminado por el periódico. Solo de ver el tráfico exagerado me canso. Mientras camino, despierto. Las conductoras lindas me despiertan más bien. Un desprendimiento, surge una intensa sensación; odio la ciudad, su fulgor abstracto me es inasible... hay tantos carros y tantos ruidos, una exageración que no se puede asimilar. Mientras sigo caminando el odio va cejando, pienso en la nota preliminar de Italo Calvino en el libro que saqué ayer de la Vasconcelos, Ciudades Invisibles:
Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero esos trueques no son solo mercancías, son también trueques de palabras, de deseos de recuerdos. Mi libro se abre y se cierra con las imágenes de ciudades felices que cobran forma y se desvanecen continuamente, escondidas en las ciudades infelices.
Entonces me vuelvo honesto con la ciudad, aun de su estado sin-forma me ha dado tantos espacios que son momentos que ya no me pueden dejar, gestos que nacen en ella y extrañamente se quedan, supongo que esa es la mayor virtud de las ciudades, la posibilidad de comunión. Las ciudades no dan tranquilidad pero en ellas se forja la idea de tranquilidad, bajo su ruido incesante se gestan los silencios, las sonrisas fugaces, miradas y abrazos, espacios que, acaso sin darnos cuenta van poblando una ciudad menos visible pero más cercana; la personalidad. O algo con un nombre menos importante y más inclasificable.

Supongo que al final, vivir en una ciudad es buscar los espacios que permiten la intimidad, lugares que crean lo entrañable. Destejer una madeja que a veces se nota imposible.

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