miércoles, 18 de mayo de 2011

"En las novelas hay más rabia, más bilis, más ternura, más saliva" (Entrevista con Valeria Luiselli)

Más tiempo, decía Juan Ramón Jiménez, no es más eternidad. Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983) bien podría ser la demostración de aquellas palabras del poeta español, con apenas dos libros publicados nos demuestra que más páginas y más edad, tampoco son más eternidad. Si con Papeles falsos (Sexto piso, 2010) vino a revitalizar la tradición del ensayo literario, con su novela Los ingrávidos (Sexto piso 2011) Valeria alza discretamente la mano, para posicionarse en las planas mayores de la literatura contemporánea. Así, sin aspavientos ni presunciones, pero  con una amable sonrisa en el rostro, la también guionista de ballet (Su obra Estancias, fue montada por el NYC Ballet) y colaboradora habitual de Letras Libres, accedió a la realización de una entrevista con motivo de la reciente  publicación de su novela.

A casi un año de publicar tu primer libro, después de las elogiosas lecturas que tuvo -pienso en Christopher Domínguez, Margo Glantz, David Miklos o el chileno Alejandro Zambra-,  y ahora con tu nuevo libro, que ya tiene contratos para ser traducido a varios idiomas el próximo año,  ¿Cómo te sientes? ¿Alguna vez imaginaste que tus libros serían recibidos de tal manera?
VL: Supongo que uno nunca calcula qué puede pasar con un libro –y menos mal. Para nosotros –para Sexto Piso y para mí, quiero decir— fue muy sorprendente la reacción de los lectores de Papeles falsos. Nuestra experiencia con ese libro, de algún modo, derrumbó el mito editorial de que en México nadie lee ensayo literario. Pudimos concluir, tras un año de que Papeles falsos estuviera en circulación, que al menos 25 personas en México sí leen ensayo literario. Nos pasó algo similar con la novela, pero a mayor escala y fuera de México. Antes de que saliera en español, la habían contratado en otras 7 lenguas –una de ellas, hebreo, lo cual no me deja de resultar fascinante. Creo que los editores de SP han hecho un trabajo impresionante y que hemos encontrado un equilibrio muy afortunado.

Tu primer libro te llevó alrededor de tres años.  ¿Cómo fueron los tiempos de escritura de Los ingrávidos? ¿Cómo fue el proceso de escritura?
VL: Empecé Los ingrávidos hace más o menos tres años, sin haber terminado Papeles falsos. Pero, durante bastante tiempo, el proceso de escritura fue lento y muy espaciado. Aborté varios intentos, abandoné varios borradores. Pero llegado cierto momento, cuando encontré al fin el tono exacto que estaba buscando, todo empezó a suceder a una velocidad vertiginosa. Pude trabajar diario, muchas horas al día, durante un año completo. Pero me costó encontrar el tono –y creo que ahí, y no tanto en la trama ni en la construcción los personajes, está la clave para que las cosas fluyan.

En Papeles falsos  está  discretamente presente el fantasma literario de Joseph Brodsky. En Los ingrávidos tiene una presencia más obvia el de Gilberto Owen. Dos fantasmas desterrados. Hace algunos años vivías en Nueva York, muy cerca del edificio donde vivió Owen, ¿Cuándo conoces al fantasma de Owen?
VL: No recuerdo cuando leí por primera vez a Owen, pero recuerdo que hace como tres años lo leí completo y con suma atención –su trabajo narrativo, poemas, artículos y cartas-. En algún momento leí una carta de Owen a Villaurrutia en donde Owen describía su cuarto en Harlem y le daba a su amigo sus coordenadas: “Vivo en Morningside Av. No. 63. En la ventana derecha hay una maceta que parece una lámpara. Tiene redondas llamas verdes...” Yo vivía a sólo algunas cuadras de ahí, así que decidí visitar el lugar. Para no hacer el cuento largo: terminé en la azotea del viejo edificio de Owen. Ahí encontré una planta en una “maceta que parecía una lámpara”, como la que describía Owen en su carta. La maceta –era claro—la habían abandonado, así que decidí llevármela a casa. No era del todo un robo, porque la maceta no parecía tener dueño y la planta que sostenía estaba semimuerta: estaría mejor conmigo en casa que arrumbada en esa azotea. Coloqué la planta junto al escritorio donde trabajaba y pasaba casi todas las horas de mis días. Desde entonces  sentía una compañía constante, se me aparecía el fantasma de Owen en todas  partes. Tenía que escribir una novela para hacer algo con ese fantasma.

¿Sigues subiendo a las azoteas de edificios que no conoces?
VL.: A veces, pero no tanto como antes. Ahora mis paseos son al zoológico, a los juegos de los parques, y a las albercas de pelotitas. Pronto, ni modo, me van a empezar a exigir ir a Six Flags, La Ciudad de los Niños y otros infiernos parecidos. Me gusta de las azoteas la distancia, poder ver las cosas en miniatura. Si fuera chaparrita te diría que me gustan porque me hacen sentir más alta que los demás. No soy chaparra, pero cuando me siento atribulada, la altura de las azoteas sí me ayuda a poner las cosas en perspectiva, a no sentir que todo me rebasa. Las azoteas están a medio camino entre la perspectiva del avión y la del peatón: tienen la atura exacta para despistarse un rato de uno mismo sin abandonar del todo su pertenencia al mundo inmediato de allá abajo.

Vivian Abenshsushan ha dicho que tu escritura se desarrolla como “una bitácora de los huecos”. ¿Qué piensas al respecto?
VL: Pienso que ojalá todos los lectores fueran como Vivian Abenshushan.

Has dicho, algunas  veces, que es importante que el escritor sepa dónde está parado. ¿Cómo ha sido estar parada  en dos géneros distintos, cuales son las similitudes y las diferencias que ves entre ambos?
VL: Se ha dicho mucho de Papeles falsos que no es un libro de ensayos, sino una novela en clave, una serie de cuentos disfrazados de ensayos, etc. Mario Bellatin dice que es un libro de textos, así nomás. Yo ya no sé qué sea. Pero sí sé que, mientras escribía el libro, estaba segura de estar escribiendo un libro de ensayos y que estaba tratando de dialogar con cierta tradición de ensayistas. A lo que voy es que me parece importante que un escritor sepa (o crea saber) cuáles son las reglas del juego que quiere jugar. Después, por supuesto, puede subvertirlas, pero tiene que conocerlas.      Los ingrávidos, hasta donde yo sé, es una novela –aunque no me sorprendería que luego resulte que es un libro de ensayos. Y sí, hubo diferencias abismales en el proceso de escritura de este libro respecto del primero. Las novelas sí se escriben como con otros órganos corporales que no están involucrados en la escritura de ensayos. Hay más rabia, más bilis, más ternura, más saliva.

¿Trabajas actualmente en algún proyecto literario? ¿Sobre qué?
VL: Traducciones, cuentos, artículos –business as usual, como dicen. Quiero volver a escribir para danza y sé que pronto tengo que empezar otro libro, posiblemente una novela, porque si no me tiro de un puente. Desde hace tiempo, mi pareja y yo tenemos el proyecto de escribir una serie de “ensayos epistolares” sobre la maternidad y la paternidad desde un punto de vista, digamos, más literario que el que se suele adoptar cuando se escribe sobre ese tema. Pero hasta ahora llevamos como cinco páginas.

Desde hace mucho el panorama literario  se ha descentralizado de la capital del país, en  Monterrey se hace La tempestad, la editorial Almadía y la revista Numero 0 suceden desde Oaxaca, Sexto piso tiene un pie en el D.F. y otro en España ¿cómo ves las vitalidad del panorama  literario y editorial en México?
VL: No sé qué decirte. El editor en jefe de La Tempestad vive en el DF; los editores de Almadía también, varios de Número O, idem; y en SP España sólo se publica lo que se publica en el DF. Pero, por supuesto, suceden muchísmas cosas muy interesantes fuera de la ciudad de México. En Tijuana, Monterrey, Puebla o Guadalajara, por ejemplo. Tener que enunciarlo es, incluso, un poco absurdo. Pero tal vez aún falta un rato para que podamos decir que, en efecto, éste es un panorama editorial plenamente descentralizado.

Tienes razón, supongo que fue más un deseo que una pregunta. Pero bueno, a parte de escritores desterrados, ¿qué  lees actualmente?
VL: Leo poesía y ensayo más que narrativa. Los poetas modernistas anglosajones conforman, tal vez, la constelación de escritores que más me interesa. Pero también leo mucho a autores latinoamericanos contemporáneos. Me interesa el trabajo de Alejandro Zambra o de la joven argentina Inés Acevedo (tiene un libro maravilloso que se llama Una idea genial). Desde hace algunos años estoy leyendo, cada que logro conseguir uno, los libros del uruguayo Mario Levrero. Pensándolo bien, tal vez sí leo bastante narrativa.

Hay algo muy bonito que dice Claudio Magris sobre la  literatura, “que puede que ésta tenga un lugar en el mundo como las hojas de los árboles”. En tu vida ¿cuál sería ese lugar?
VL: ¿Hmm?

Publicado en el número 43 de aQROpolis.