miércoles, 15 de junio de 2011

Salir con otros


Me cuestan trabajo los demás. No siempre. Pero a veces dan ganas de no salir con nadie.  Mejor quedarse en casa. Vegetar todo el día viendo series y películas. Lavar de nuevo todos los platos de la alacena. Reordenar la casa; el cuarto, el librero, el closet. Darse de baja del mundo por un tiempo.  Como el personaje de George Perec en Un hombre que duerme: alguien que sabe que estar despierto no vale la pena. O mejor como Bartleby el escribiente, ese personaje de Herman Melville; ir a la oficina y hacer sólo necesario; preferir no hacer lo demás: ver a la ventana aunque no dé a ningún lado. Quedarse así. El mundo y la vida siguen pero uno tiene el derecho de quedarse. No avanzar. Preferir no hacerlo.

Soy pésimo con las presentaciones. Odio buscar a la gente. Ser amable. Lo peor es que lo soy la mayor parte del tiempo. Es un desfase, claro. Piensas lo que debes y terminas haciendo lo de siempre. Todos somos así (escribo un todos para escudarme en el plural). Terminamos saliendo con gente que quien sabe de dónde vino. Que en el fondo no queremos. Que nos desespera. Uno se esfuerza y conoce a los amigos  de esa persona.  Y luego a la familia; los tíos, los hermanos, los primos. La misma historia. Y la risa, y las palabras y todo, se fuerzan de más. No obstante seguimos ahí, nos quedamos.

Y no escribo pensando en Jean Paul Sartre y su pretenciosa frase, “el infierno son los otros”. De Sartre no me gusta casi nada, ni Simone de Beauvoir, mucho menos cuando declinó el Nobel. Y no es que crea que el Nobel tiene valía moral, sino todo lo contrario. Más bien siento que Sartre pensaba todo. Le faltaba honestidad. Quién sabe. Y Bueno, me gusta su ojo virolo. Pero no sé si eso vale. Yo soy más de Albert Camus. Contra los mamotretos de Sartre, la ligereza lúcida de Camus: “Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivirla es responder a la pregunta fundamental en filosofía”, así comienza ese libro genial que es El mito de  Sísifo. Tiene razón, esa es la pregunta, lo demás viene después; aunque en esa pregunta se nos vaya la vida. Camus sirve de ejemplo contra aquellos que creen en la vida como una fatalidad; que uno se termina quedando ahí donde le toco: les calla la boca con la historia de su vida.  Hay una anécdota que me gusta recordar de Camus, la escribe en su novela autobiográfica El primer hombre: de niño, le gustaba mucho jugar futbol y para no gastar sus zapatos, el único par que tenía, jugaba de portero. Así era Camus, encontraba la manera. Intentaba.

Claudio Magris en Microcosmos escribe que siempre es mejor conversar que escribir. Y pienso en eso ahora que quisiera abogar por la soledad; a lo mejor es imposible, al menos hoy, esta tarde, lo es. Estar solo no significa estar con uno mismo como escribe VL.  No hay nada mejor que ir con alguien a un museo y olvidarse de todo lo que hay allí dentro. Tener de frente cualquier pieza  y pensar más en ese Alguien Más. Es el guiño de Marcel Duchamp, la experiencia estética no está fuera, nace en la mirada de quien la busca. En ocasiones eso es una conversación. Una salida. Un paseo. En vez de leer, deberíamos, como dice Alejandro Zambra, “cerrar los libros, y enfrentar, no la vida que es muy grande, sino la frágil armadura del presente”.

En El mito de Sísifo, Camus indaga en el sinsentido de la vida: empujar como Sísifo la piedra cuesta arriba; sin llegar nunca a nada: sólo la piedra y la subida. La piedra a veces se cae y hay que volver a empezar. La vida a veces y casi siempre con otros, es bonita. Justo eso: la vida son los otros. Salir con ellos. Intentarlo. Al fin y al cabo, como dice Pedro Mairal, "la vida empieza a cada rato".

Publicado en el n° 48 de aQROpolis.

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